Se ha discutido mucho el origen de la moneda: si nació para comerciar, pagar impuestos, o pagar mercenarios. Pero en cualquier caso está claro que una moneda, que suele ser un trozo de un metal valioso con un peso fijo, no sirvió como tal hasta que sobre su anverso llevó el símbolo de una ciudad, el nombre de sus ciudadanos y más tarde de su rey. En la antigua Grecia las monedas de Egina, unas de las más antiguas, tenían una tortuga, las de Corinto al caballo Pegaso y las de Atenas una lechuza, símbolo de su diosa nacional, Atenea. Las monedas de los griegos nunca llevaban inscrito el nombre de su ciudad, sino un genitivo plural que decía, por ejemplo: “de los atenienses”, lo que quiere decir que lo que representaban era a la comunidad viva de los ciudadanos atenienses.
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