La Batalla de Carras
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La Batalla de Carras (también conocida como Batalla de Carrhae) fue una importante batalla que tuvo lugar en el año 53 a. C. en la ciudad de Carras (en latín Carrhae, actualmente Harrán, Turquía) entre el ejército romano al mando del general Marco Licinio Craso, gobernador de Siria por aquel entonces, y el ejército parto al mando del general Surena. Fue una de las derrotas más severas que sufrió la República romana.
La batalla Los partos usaron únicamente caballería pesada acorazada armada de lanzas, los denominados catafractos, conjuntamente con arqueros a caballo, para derrotar a la infantería pesada romana. Surena, sabedor de sus limitaciones, evitó un ataque directo contra el ejército romano, limitándose a que los arqueros a caballo lanzasen a una distancia segura y sin descanso una lluvia de flechas sobre la densa formación de legionarios romanos, obligándoles literalmente a pegarse a tierra y protegerse con sus escudos. El tipo de arco compuesto utilizado por los partos, más grande y de una curvatura mayor que el asirio, permitía lanzar la flecha a gran velocidad, atravesando las corazas romanas. Con el fin de mantener un lanzamiento continuado de proyectiles sobre el ejército romano emplearon camellos para abastecer constantemente de flechas a los arqueros. Los intentos de los romanos por perseguir a los jinetes resultaban infructuosos, ya que éstos se alejaban a gran velocidad.
Advirtiendo Craso que la situación era insostenible, ordenó a su hijo Publio Licinio Craso que cargase con su caballería e infantería sobre los partos, los cuales fingieron una retirada disparando hacia atrás flechas mientras huían (el conocido como disparo parto) y alejando al desprevenido Publio del resto del ejército romano. En ese momento los catafractos cayeron sobre éste superándole en número. Pero en vez de atacar directamente, cabalgaron en formación de Círculo cántabro, alrededor de los romanos, levantando una polvareda y aumentado la confusión de los soldados, que no podían luchar con eficacia debido a su apretada formación. Los arqueros volvieron a lanzar flechas sobre la aislada infantería romana, la cual volvió a protegerse con sus grandes escudos de la lluvia de proyectiles. Viendo Publio el cariz que estaba tomando la batalla, ordenó a sus jinetes que atacasen a los catafratos. La caballería ligera gala, a pesar de su arrojo, no tenía nada que hacer contra las lanzas y corazas de los partos y poco a poco fue sucumbiendo de agotamiento por la sed y el calor.
Durante la refriega los partos mataron a Publio y ensartaron su cabeza en una lanza, a la vista del grueso de las tropas romanas.
Una vez aplastadas las fuerzas del hijo de Craso, Surena lanzó a su caballería contra el resto de las legiones romanas, obligándolas a ceñirse a un espacio limitado y volviendo a arrojar miles de dardos y flechas sobre ellos. Poco a poco los legionarios iban cayendo y sólo les salvó el hecho de que los partos rehusasen luchar por la noche.
Craso aprovechó esta oportunidad para replegarse a Carras con las tropas sanas, dejando a 4.000 heridos en el campo de batalla, los cuales fueron masacrados por los partos al amanecer. A la noche siguiente, obviando la relativa seguridad de Carras, Craso optó por huir de la sitiada ciudad hacía el oeste, aprovechando de nuevo la costumbre parta de no combatir a la caída del sol. Para ello se ayudó de un guía local que en realidad era un espía de los partos, el cual condujo mediante engaños a lo que quedaba del ejército romano, por un terreno que dificultaba el avance, hacia el grueso del ejército parto. Quinientos jinetes al mando de Cayo Casio Longino, por aquel entonces cuestor, y 5.000 legionarios romanos desconfiaron del traidor y desertaron, dirigiéndose ellos mismo hacia el oeste. El resto de los confiados se encontraron a la mañana siguiente con el ejército de Surena, el cual les ofreció parlamentar. Presionado por sus soldados Craso se vio obligado a aceptar la oferta. Durante el encuentro, éste y parte de la delegación romana fueron capturados y ejecutados.
Del ejército romano 20.000 soldados fueron masacrados y unos 10.000 prefirieron rendirse esperando que se les fuese perdonada la vida. A estos se les conocería como la Legión perdida. Otros optaron por escapar al anochecer hacia Siria.
La cabeza de Craso fue exhibida en la corte de Orodes II y los siete estandartes romanos expuestos en los templos de Partia. Tres décadas después, en 19 a. C., el emperador Augusto negoció la devolución de éstos y el regreso de los cautivos que habían sobrevivido.
Es en esta parte donde la realidad se confunde con la leyenda al intentar discernir el destino de los diez mil legionarios esclavizados de la expedición de Craso que algunos sugieren que constituyeron la legión perdida mencionada por Plutarco y Plinio y que reaparecería en China en el año 36 a. C.
Las repercusiones Para Roma la principal consecuencia de esta batalla fue la muerte de Craso, y en consecuencia la desaparición del primer triunvirato, pasando de una regla de tres a otra de dos. Pero aún así dos era multitud para el gobierno de la República y el camino estaba despejado para el inicio de la guerra civil entre Julio César y Pompeyo.
Otra de las implicaciones de esta batalla fue el hecho de que el continente europeo se abriera a un nuevo y preciado material: la seda. Los romanos que lograron sobrevivir a la batalla describieron haber visto unas banderas brillantes, hechas al parecer con seda, usadas por los partos mientras les perseguían. Así, al mismo tiempo que el interés en Europa por este tejido crecía, se extendía la ruta de la seda entre este continente y China, dando comienzo a una de las rutas comerciales más grandes y prósperas de la historia.
Extraído de wikipedia.