En la Edad Media la acuñación de monedas se convirtió en una labor seria y respetable, más aún por cuanto era una facultad exclusiva del monarca. Cada Casa Real comenzó a tener su propia ceca y troquel; la palabra ceca proviene del árabe sikka que significa moneda. Dar el sikka era dar el derecho a emitir moneda, en un pequeño taller con herreros y grabadores quienes utilizaban el troquel, con el cual a base de golpes de martillo lograban estamparlo en el cospel (disco metálico de dos caras para acuñar). El troquel o cuño es una pieza de acero en la que están grabados en bajo relieve los detalles de la figura que se pretende “imprimir” en la moneda a acuñar. Para intentar garantizar que las monedas fueran iguales, no se grababan los troqueles, sino se modelaban dos únicas matrices, para cada lado de la moneda, sobre las cuales mediante la presión de otro trozo de acero en estado blando se imprimía el punzón, es decir, las matrices son el negativo y el punzón el positivo de la moneda. Cuando se dañaba un troquel, el punzón se hincaba de nuevo sobre otro trozo de acero para obtener un nuevo troquel, que con el grabado en negativo comenzaba de nuevo a acuñar
Dada la elaboración tan rustica, la estética no era su principal cualidad, con frecuencia las monedas solían ser irregulares o deformes. La primera acuñación medieval cristiana de la península la hizo Alfonso VI (1047 1109), rey de León (1065-1072; 1072–1109), de Galicia (1071–1072; 1072–1109) y de Castilla (1072–1109), fue el primer monarca en acuñar su propia moneda en 1085 y estableció dos casas, una en Toledo y otra en León, en sus monedas denominadas “regis” usó el vellón, una aleación de plata y cobre.
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