La sala tiene algo de quirófano medieval. Hay una mesa de metal magullada. Una maza. Un fregadero viejo y sucio como las paredes. Una báscula sobre una caja fuerte de código y llave que solo dos personas conocen y guardan. Ambas acaban de entrar en esta estancia en cuyo centro se encuentra un horno del tamaño de una perola de campamento con una abertura a la que llaman la “boca de carga”, y que ahora mismo escupe una llamarada naranja de un par de palmos, puntiaguda como la del motor de un jet, porque ahí dentro se está cociendo el infierno. Un termómetro digital en la pared marca 1.157º C. Nos colocamos a este lado de la raya amarilla que marca el perímetro de seguridad; la materia prima del interior de los montes, mezclada con fundentes de bórax y sílice, hierve ya a 1.700º C, y Ángel López, jefe de planta del complejo minero de El Valle-Boinás y Carlés (Asturias), se acerca al horno vestido con un traje plateado de astronauta, introduce una vara por la abertura, en un gesto similar al de quien comprueba el aceite del coche, y la saca recubierta de un grumo incandescente. Lanza la estaca contra la mesa. Eso que parece una culebra de magma es el oro de España.
http://elpais.com/elpais/2013/07/11/eps/1373542898_486816.html
UJN SALUDO