La exposición Augustus presenta de él una “imagen más articulada, menos edulcorada”, comenta el comisario Eugenio La Rocca, porque entrelaza la carrera del príncipe con el desarrollo de una nueva cultura”. El arte se transforma en expresión-ostentación del poder: estatuas ecuestres, cabezas, monedas, joyas, vasos de barro, todo lo glorificaba y difundía su mito por los dominios romanos, más amplios que nunca.
Entre las 200 obras expuestas —que han sido prestadas por algunos de los museos más importantes del mundo— es posible admirar por primera vez la inédita reconstrucción del decorado de un edificio público elevado y perdido cerca de Nápoles: “Las 11 láminas originales”, explica La Rocca, “describen la batalla de Actium, la entronización y la muerte de Augusto. Fueron vendidas en el siglo XVI. Las recuperamos para la ocasión de colecciones privadas de Hungría, Sevilla y Córdoba”. La época augusta, que duró más de 40 años, del 30 a.C al 14 d.C, “se puede parangonar a la de Pericles, a la de Napoleón: cambió la antigüedad y echó los cimientos de la actual civilización occidental”, sigue La Rocca.
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