Con cargas familiares y sin grandes recursos, es normal que algunos de los vendedores se muestren firmes en el regateo y no dejen paso. Es el caso de un vecino de Maracena que reconoce que a sus 60 años no va al rastro cada semana por devoción, sino porque tiene una cantidad de instrumentos revalorizados que pueden ser del interés del público especializado y le viene bien ganar un dinero extra con los rastros. En el lado opuesto se encuentran el club de los que disfrutan enormemente la conversación y el tira y afloja con los clientes hasta incluso desvalorizar sus artículos o regalarlos si están de buen humor. Desde especialistas en filatelia y coleccionistas de monedas hasta hippies procedentes de la Alpujarra que llevan años recorriendo mercadillos de artesanía en furgonetas. Incluso, existe la posibilidad de aprender idiomas con los numerosos puestos regentados por gente de Francia, Alemania o Estados Unidos, países más acostumbrados al arte de la segunda mano.
http://www.granadahoy.com/article/granada/2005457/la/nostalgia/lo/puede/todo.html
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