Aquel oppidum o poblado fortificado del siglo IV antes de Cristo, perteneciente a la familia de los ilercavones, sigue hoy arropado por una vegetación salvaje. La huella de viviendas y calles es tan leve como una hojarasca, aunque bien documentada con paneles (hay además un pequeño centro de interpretación a la entrada). La furia de los siglos arrasó con todo y enterró algunos brazaletes, collares, páteras y monedas: el llamado Tesoro de Tivissa, desenterrado entre 1912 y 1927, y que denota un alto grado de refinamiento. Y es que el río, además de valla protectora, era una autopista para salir al encuentro de colonias griegas y romanas que traían el progreso. La vista desde el borde de la terraza, junto a los paredones de un castillo medieval, es formidable.
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UN SALUDO