Las labores fueron secretas, y se compraron diez fusiles por seguridad, según el Archivo Histórico de la Fundación Indalecio Prieto. Cuenta en sus memorias el escritor exiliado Virgilio Botella que los trabajadores tenían que llevar una bata blanca sin bolsillos y abotonada por detrás y llenarse de cera las uñas para evitar que sustrajesen polvo de oro. La casa de Prieto, en el 103 de la calle Nuevo León, compartía esquina con el taller.
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