En el siglo VI, emperador Justiniano estableció la obligación de guardar pesos del Estado en las iglesias principales de cada ciudad. Allí los comerciantes debían demostrar que los pesos que ellos utilizaban en las transacciones económicas se correspondían con los oficiales. “Las iglesias”, explica Antonio Manuel Poveda, profesor universitario de Historia Antigua y director de Museo Arqueológico de Elda, “funcionaban como garantes de que no se engañaba a los compradores de metales preciosos y que las monedas se correspondían con su valor real. Si las operaciones eran fraudulentas, el ingreso por impuestos era menor”. Y así el cenobio de El Monastil funcionó como sede administrativa y fiscal bizantina por orden del emperador.
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