Pedro III de Aragón era un rey de talla enorme, robusta y de imagen impactante. Su visión de un reino con grandeza la llevaba en la genética. Un día de asueto, en una playa de la actual Tarragona, según miraba al Mediterráneo se quedó en uno de esos extraños trances que le asaltaban cuando estaba tramando algo y pensó: esta agua verde, hasta donde llegue el horizonte y más allá, sea lo que sea lo que haya, será para Aragón. Y dicho y hecho…
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