LA VIDA COTIDIANA DE LOS LEGIONARIOS
Tras las reformas de Cayo Mario, convertirse en legionario romano era el sueño de muchos que veían en el servicio en las legiones un medio para ganarse la vida y vivir aventuras durante los veinte años que duraba el servicio, para después retirarse confiando en que las campañas se hubieran dado bien y una bolsa bien repleta de denarios, un buen lote de tierras para cultivar y un par de esclavos les acompañaran en el retiro. Sin embargo, el alistamiento en las legiones, soñado por muchos, era un sueño al alcance de pocos. Las legiones romanas profesionales basaban su efectividad en la calidad de los legionarios y no en su número. Para los romanos como Mario y César eran preferibles mil legionarios adiestrados que diez mil patanes. Por ello, la selección era muy rigurosa en tiempos de paz, ya que en tiempos de guerra siempre se abría la mano un poco más.
EL NUEVO LEGIONARIO
El alistamiento
Un legionario romano recién alistado en la Legión Décima cuando César llegó a la Galia Cisalpina para hacer frente a la invasión helvecia en el año 58 debía haber cumplido los siguientes requisitos:
Requisitos legales:
1- Ser ciudadano romano. Sólo los ciudadanos romanos podían servir en las legiones.
2- Estar legalmente censado y tener el visto bueno de las autoridades municipales. Una especie de certificado de buena conducta que incluía avales de familiares y amigos recomendando al joven aspirante.
3- Ser soltero. Un legionario romano tenía prohibido casarse, aunque una vez alistado se solía hacer la vista gorda.
Requisitos físicos:
1- Tener entre 16 y 20 años. Las edades variaron a lo largo de los siglos.
2- Una estatura mínima de 1,70. Hay que tener en cuenta que en la Alta Edad Media la estatura media de los hombres bajó alrededor de cinco centímetros
3- No sobrepasar un determinado peso y tener una determinada masa muscular. En general se buscaba un tipo de recluta delgado pero fibroso.
4- Superar las pruebas físicas. No las conocemos pero serían prácticamente iguales que las de hoy en día, para demostrar que el aspirante a recluta era capaz de correr, saltar, etc. Además sabemos que se les hacían un reconocimiento médico completo que incluía pruebas de visión y de oído.
Si el aspirante creía reunir todos los requisitos se presentaba ante las autoridades locales de su municipio que debían certificar que había tenido un buen comportamiento y que era apto para el servicio. Entonces era enviado a la capital de su provincia donde se les hacía un primer examen físico, se certificaban sus documentos, se les hacía entrega de un stipendium o dieta consistente en unas monedas para pagar el viaje y eran enviados al cuartel general de la legión a la que habían sido adscritos.
Una vez en el cuartel general de la legión, que era su sede administrativa, los funcionarios militares revisaban los documentos de los aspirantes dándoles el visto bueno y se les sometía a un nuevo examen médico y a una prueba física. Si pasaban este trámite eran formalmente aceptados como reclutas y debían prestar juramento solemne de defender Roma contra todos sus enemigos y de guardar y hacer guardar las leyes de Roma. Ya eran legionarios romanos.
El centurión les informaba de que su sueldo era de 225 denarios al año y de que en los depósitos de la legión encontrarían todo su equipo: cota de malla, yelmo, espada, pugio, pila, etc, etc, etc. Ese equipo debían pagarlo de su bolsillo, así era difícil que lo perdieran y podían adquirir el estándar fabricado en serie para el ejército o uno más caro adquirido a artesanos especializados con bonitos adornos. De momento, y como todos estaban tiesos, adquirían el estándar, cuyo coste se descontaba de su sueldo.
El entrenamiento
Los primeros meses eran terribles. Los veteranos ser reían al recordarlos, pero cuando tuvieron que pasarlos estaban muy lejos de ello. Los jóvenes que voluntariamente se habían entregado al ejército habían de ser formados, moldeados física y mentalmente para convertirse en perfectas máquinas de matar, en los mejores soldados de la Historia. Los reclutas eran alojados en los barracones del campamento. Cada ocho legionarios formaban un contubernium o grupo que debía aprender a convivir, ya que los ocho harían vida en común como si de una familia se tratara. Cada contubernium tenía una mula que cargaba con la pesada tienda de campaña de cuero, el molino para moler trigo y las herramientas y utensilios comunes. Todo lo demás lo llevaban los legionarios a cuestas. Precisamente por eso se les apodaba "las mulas de Mario", porque cualquiera que les viera marchar creería que aquello más que soldados eran mulas. En el ejército romano había dos tipos de mulas: las que tenían cuatro patas y sólo cargaban y las que tenían dos piernas y además de cargar luchaban.
Cuando el recluta veía todo lo que tenía que llevar encima se le quedaba la cara petrificada, pero cuando le decían que tenía que cargar con todo aquello durante treinta kilómetros "como mínimo" y después cavar los fosos, levantar los terraplenes y las empalizadas y montar las tiendas del campamento de marcha, creía estar soñando. Pero no era un sueño. Marchas y más marchas cargados con cestos llenos de piedras conseguían que los pies se endurecieran como el acero y que los músculos de las piernas doblaran su tamaño. Y además de las marchas estaban los ejercicios obligatorios como montar a caballo, natación, etc. No es extraño que las primeras semanas el valetudinarium (hospital) del cuartel estuviera siempre lleno de reclutas quejándose de ampollas y dolores musculares, aunque lo que de verdad funcionaban en estos casos eran los remedios caseros de los veteranos que los novatos se apresuraban a aplicarse con gran alivio. cada día antes de salir el sol las trompetas tocaban diana y la legión se ponía en marcha. Los barracones debían quedar impecables para la inspección y tras ella, los legionarios desayunaban para después preparar su equipo e iniciar una nueva jornada de caminatas y más caminatas. Una pausa para comer y de vuelta al trabajo a ensayar una y mil veces aquellas complicadas maniobras que convertían a una serie de manípulos en una línea de batalla infranqueable. Tras la jornada agotadora, los legionarios se dirigían a los barracones de baño donde se bañaban y sudaban impurezas y después cenaban y se dirigían a los barracones a jugar a los dados o a escribir cartas hasta la hora de dormir.
Las primeras semanas los médicos de la legión tenían mucho trabajo, ya que tenían que "reparar" a los reclutas "dañados" por las ampollas, los calambres y las contusiones y certificar las bajas de aquellos que a pesar de sus esfuerzos no conseguían mantener el nivel y debían abandonar aún antes de que comenzara el entrenamiento con armas, el punto ansiado por todos los reclutas. Que sin embargo se llevaban una sorpresa al ver que el día fijado para el primer entrenamiento con armas se les entregaban escudos y espadas de madera maciza terriblemente pesadas.
"¡A entrenarse, reclutas!" gritaba el centurión con su voz ronca y todos comenzaban a entrenarse siguiendo las órdenes de los instructores. Primero atacaban postes de madera clavados en el suelo y de vez en cuando el curtido sarmiento de vid del centurión se clavaba en el vientre de un recluta que caía retorciéndose de dolor mientras el centurión gritaba:
-!Lo próximo que te golpee las tripas puede ser una espada germana! ¡Protege el cuerpo con el escudo! ¡No muevas el escudo, mueve la espada!
Cuando los reclutas habían aprendido los rudimentos del ataque y la defensa contra los postes tras agotadoras jornadas, los instructores les hacían combatir por parejas intercambiándolos entre sí. Y más agotadoras jornadas sin pausa, semanas, meses enteros hasta que por fin los legionarios eran autorizados a entrenarse con armas de verdad. Y les impresionaba, porque las de verdad pesaban la mitad que las de mentira, todo calculado para que en esos meses los brazos se acostumbraran a manejar el doble de peso que el de las armas reales que ahora parecían ligeras.
-¡Este es el gladius hispaniensis! -gritaba el centurión frente a ellos blandiendo su espada española de empuñadura de marfil y adornos dorados- ¡Una espada diabólica inventada por esos diablos de Hispania! ¡El arma que más romanos ha matado en toda nuestra historia! ¡Pero ahora somos nosotros quienes la usamos!
Y los reclutas aprendían a manejar aquella espada española corta, de doble filo y punta impresionante, y aprendían a atacar para atravesar a su adversario sin desguarnecer su cuerpo, siempre protegido por el escudo. Y aprendían a lanzar los dos pila y a manejarlos como si de lanzas se tratara hasta que el uso de las armas se convertía en algo automático, en un puro acto reflejo: se habían convertido en auténticas máquinas de picar carne, en legionarios de Roma.
LA VIDA DEL LEGIONARIO
El alojamiento
Cada legión tenía su campamento fijo (ver el capítulo EL CAMPAMENTO), pero podía pasar mucho tiempo en otros lugares. Los campamentos de marcha eran ocupados por interminables hileras de tiendas de cuero ya que era necesario montarlo y desmontarlo cada día, pero cuando la legión de disponía a pasar una temporada en un lugar determinado se construía un campamento semipermanente a base de empalizadas y barracones de madera que los legionarios procuraban hacer lo más confortables posibles. Si la legión permanecía allí años la madera acababa pudriéndose y se levantaban barracones nuevos de ladrillo, verdaderas ciudades en minuatura con todas las comodidades posibles como baños e incluso anfiteatros, ya que alrededor de estos campamentos permanentes no tardaban en crecer verdaderas ciudades como es el caso de León y tantas otras.
El tiempo libre
Los reclutas debían hacer instrucción dos veces al día, los veteranos sólo una, por eso los veteranos disponían de más tiempo libre que ocupaban en haraganear por las calles, en jugar, en trapichear con algún barril de vino "extraviado" del depósito de la legión o en ocuparse de alguna dama necesitada... o sea, igual que hoy en día, y es que los siglos pasan, pero hay cosas que nunca cambian. Los legionarios profesionales tenían prohibido casarse mientras durara su servicio de veinte años, pero en las legiones acantonadas de guarnición permanente se solía hacer la vista gorda, ya que era frecuente que los legionarios, si bien no podían casarse "legalmente", se arrejuntaban creando familias estables que tras el licenciamiento se legalizaban. De esta forma, los hijos de un legionario romano y una hispana o una gala o una griega que no poseyera la nacionalidad romana, al casarse legalmente con el legionario obtenían automáticamente la ciudadanía de pleno derecho y podían así alistarse en las legiones siguiendo los pasos de sus padres. Este sistema fue uno de los que más aportó al esfuerzo romanizador.
La comida
La comida de los legionarios se acomodaba al lugar en el que prestaran servicio. Siempre había un elemento básico: el trigo, que era recibido por cada contubernium para ser preparado en panes o tortas, y después lo que diera la tierra. Por ejemplo, en España, tierra de abundantes huertas, los legionarios romanos inventaron nuestro famoso Gazpacho, a base de productos hortícolas aborígenes a los que tras el descubrimiento de América se añadieron otros. El gazpacho actual a base de tomates, pepinos, pan, pimientos, cebollas, etc. todo ello bien triturado hasta convertirse en una especie de sopa espesa de color naranja es hoy uno de los platos nacionales de España y una auténtica maravilla gastronómica. Pero en sus orígenes fue un típico "plato militar a base de mezclar todo lo mezclable" que hoy sigue haciendo las delicias de los españoles en verano. Puedo asegurar que pocas cosas hay más ricas que un buen tazón de gazpacho bien frío. Como en España abundaba la caza, los legionarios que sirvieron en mi amado país tuvieron un menú bien surtido a base de liebres, conejos, corzos, gamos, venados, jabaliés, etc. Cada legión de guarnición se encargaba de comprar los suministros que podían encontrarse en la zona, y si se estaba en una zona gastronómicamente privilegiada entonces se comía bien. Esto es algo que no ha cambiado en absoluto.
La sanidad
El mundo romano era un "mundo limpio"... al menos teóricamente. Los acueductos, las termas, las fuentes que plagaban el Imperio nos dan fe de ello. Evidentemente, había zonas más saneadas que otras y zonas que parecían vertederos dentro de la misma ciudad de Roma, pero el agua corriente y la higiene personal, verdadera obsesión de los romanos, hicieron de Roma un mundo mucho más saneado que los anteriores y los posteriores. El desarrollo tecnológico conseguido por Roma, un desarrollo que no sería alcanzado hasta las postrimerías de la Edad Media, posibilitó el avance de la medicina. Baste señalar que para tratar la peste, los médicos romanos aplicaban tratamientos de desinfección mientras que en el siglo XIV se ponían caretas para tratar de "asustar" a la enfermedad. Sin antibióticos ni otros adelantos, la medicina romana, heredera directa de la medicina griega que es la gran medicina de la Edad Antigua, consiguió grandes logros gracias a un factor fundamental: la transmisión de los conocimientos a través de las obras escritas. Gracias a esto las obras científicas fueron recopilándose en las bibliotecas al alcance de todos, mientras que en la Edad Media la mayoría de las obras escritas desapareció y las pocas que quedaron se salvaron gracias a que los monjes las copiaron y guardaron celosamente en los monasterios. El Mundo Romano sirvió como grandiosa correa de transmisión de la cultura clásica, y gracias a ello, un médico tenía a su alcance consultar obras escritas cinco siglos antes, lo que fue de enorme ayuda para tratar las dolencias, a base de experiencia.
La sanidad militar romana fue la más eficaz de la Historia hasta la organización de los Tercios españoles en los primeros años del siglo XVI (y hay que recordar que nuestros Tercios, que pasearon victoriosos las banderas de España por Europa, fueron construidos según el modelo de las legiones romanas). En cada campamento permanente romano había un gran edificio, el valetudinarium u hospital, donde los médicos militares trataban las dolencias de la guarnición. Los instrumentos encontrados en las excavaciones tienen una similitud prácticamente exacta con los usados hasta hoy día, lo que indica el alto grado de perfección conseguido por la sanidad militar romana.
El salario
El ejército romano era un ejército bien pagado comparado con otros ejércitos incluso de nuestros días (y si alguien cree que esto va con segundas ha acertado...). El salario de los soldados romanos en la época de la muerte de César-principios del Imperio era aproximadamente el siguiente:
GRADUACIÓN
DENARIOS
Legionario 225
Pretoriano 500
Centurión 1.250 / 2.500
Primi Ordines 5.000
Tribunus semestris 12.500
Tribunus laticlavius 30.000 / 50.000
Tribunus angusticlavius 25.000
Praefectus castrorum 30.000
Praefectus alae 25.000 / 30.000
Tribunus cohors urbanae 50.000
Tribunus cohors praetoriae 50.000 / 75.000
Primus Pilum iterus 50.000 / 75.000
Además del salario, el legionario recibía extras como donaciones o partes de botín, premios en metálico, etc. La mitad de estos extras eran depositados obligatoriamente en la caja de la legión, en una cuenta que debía servir para pagar sus honras fúnebres en caso de muerte o para asegurarles el retiro al licenciarse.
Extraído de: http://www.historialago.com/leg_01350_vida_cotidiana_01.htm