En 1934, el arqueólogo estadounidense Nelson Glueck bautizó como "Slaves' Hill" (“Colina de los Esclavos”) a uno de los mayores puntos de producción de cobre conocidos en el Oriente Próximo. Este taller de fundición, situado en el corazón del desierto de Aravá, parecía cargar con todas las señales de un campo de esclavos de la Edad de Hierro (hornos abrasadores, duras condiciones desérticas, y una enorme barrera que impedía la huida). Nuevas pruebas desenterradas por arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv en Israel, sin embargo, parecen desmentir ahora esta interpretación, por lo menos en lo que se refiere a los fundidores. Los resultados de esta investigación también respaldan la idea de que, en general, los primeros artesanos capaces de trabajar metales mediante la fundición gozaron en todo el mundo de un alto prestigio, propio de quien posee un don que los demás consideran sobrenatural.
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